Desplazarse en Río, un esfuerzo "olímpico"

Fuente: @rio_2016

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El día a día para un ciudadano de pie puede llegar a convertirse en un maratón a prueba de su resistencia. La seguridad de la villa olímpica deja mucho que desear y más de un periodista se ha quejado de la pasividad de los voluntarios.

Avance Deportivo

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@deportivoavance
11 de agosto de 2016, 16:42

Desplazarse en Río de Janeiro en estos días y llegar a las sedes donde se desarrollan los Juegos puede convertirse en una auténtica «odisea olímpica» para los espectadores que, en muchos casos, merecerían una medalla por su esfuerzo.

El parque olímpico, donde se encuentran las Arenas Cariocas 1, 2 y 3, que acaparan buena parte de las competencias, está situado en Barra de Tijuca, en el oeste, y dista unos 50 kilómetros del centro.

En una ciudad con un tráfico ya de por sí caótico, al margen de los Juegos, llegar en automóvil privado a Barra puede suponer más de dos horas y hacerlo en el transporte «olímpico» habilitado para espectadores, delegaciones y periodistas no lleva menos de hora y media.

La mejor opción para un aficionado que viaje desde el centro de Río es tomar el metro, con un cambio de línea en medio, y luego subir a un autobús que le conducirá al parque olímpico.

Miles de personas eligen esta alternativa así que es probable que el aficionado en cuestión tenga que viajar de pie.

Una vez en el área olímpica, tendrá que hacer la correspondiente cola y andar un buen trecho para llegar a la sede elegida.

Para entonces, el sufrido aficionado llevará ya más de dos horas de pie y quizá no se tome de buen humor el «bienvenidos a Río» que gritan los voluntarios antes de pedir a los visitantes su entrada y «una sonrisa».

Después de disfrutar del espectáculo deportivo, puede pasear por el parque olímpico, lo que le puede llevar cerca de una hora, o volver a hacer cola para comprar un recuerdo, comer o calmar la sed y tomar fuerzas antes de emprender el regreso: Otra hora y media, que puede parecer eterna si le toca de nuevo hacerla de pie.

La situación se puede complicar si se trata de un periodista acreditado que llega a una sede olímpica desde el centro de la ciudad, y no en los autobuses dispuestos por la organización, porque pocos voluntarios conocen los accesos a prensa y le pueden marear hasta el agotamiento.

Por «seguridad», los voluntarios le impedirán todos los accesos públicos, aunque si tiene suerte, podrá colarse, sin control alguno, por ejemplo, por la salida de los trabajadores de la basura.

«Deben mirar mi acreditación y revisar mi mochila», se quejaba una periodista americana a un grupo de voluntarios distraídos en uno de los puntos de acceso al parque olímpico.

Periodistas, voluntarios y aficionados lo pagarán caro si la competición elegida termina de madrugada, como ocurre con varias de voleibol, porque el servicio de metro no ha cambiado su horario de cierre, a medianoche, dejando a miles de espectadores, literalmente, en la calle y no en zonas muy recomendables por su seguridad, como los alrededores del complejo olímpico de Diodoro.

Precisamente en este complejo se coló esta semana una «bala perdida» en la sala de periodistas, y en sus proximidades fue apedreado un autobús «oficial» que trasladaba a un grupo de reporteros, algunos de los cuales terminaron con heridas leves.

Superada la prueba del transporte, y ya en casa, el aficionado podrá tumbarse a descansar tras un auténtico «esfuerzo olímpico» por el que debería recibir una medalla.

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