Miguel Ángel Pérez Tello, pionero del deporte de invierno adaptado en Andalucía

Los V Premios Estímulos al Deporte depararon un homenaje al paralímpico granadino Miguel Ángel Pérez Tello. Fuente: Avance Deportivo

Los V Premios Estímulos al Deporte depararon un homenaje al paralímpico granadino Miguel Ángel Pérez Tello. Fuente: Avance Deportivo

Este granadino es el tercer paralímpico andaluz en número de medallas, con un total de siete. Logró éxitos tanto en Juegos Paralímpicos de invierno como de verano; en la actualidad practica escalada, actividad en la que tras un accidente en 1977, perdió los pies.

Laura Pérez Torres

Laura Pérez Torres

@lauraescreativa
22 de marzo de 2020, 11:00

Durante seis días estuvo atrapado en una tormenta de nieve con las dos piernas fracturadas debido a una caída de 40 metros mientras escalaba junto a otro compañero, con el que ya llevaba cinco días de aventura. Era el año 1977 cuando Miguel Ángel López Tello se enfrentó a una de las montañas más difíciles del mundo, situado en Suiza: el Eiger -conocida como el Ogro- por su cara norte, con 1.800 metros de pared vertical (la Rampa).

La crueldad del calificativo la vivió en primera persona el granadino, quien sufrió una caída debido a un desprendimiento de nieve y López Tello tuvo que sobrevivir en condiciones terribles en un saliente de la montaña, sin apenas comida y rodeado de hielo y nieve casi una semana. “Cuando el helicóptero me arrancó de la pared y quedé suspendido en el aire, mi sensación fue la de volver a nacer”, explicó el deportista, quien recordó que “creía que me encontraba en mejor estado del que realmente estaba. Cuando llegué al hospital tenía congelaciones de tercer grado que me llegaban hasta la rodilla y estaba totalmente deshidratado y desnutrido, pero era más grave la deshidratación que tenía”.

“De hecho, los médicos luego me dijeron que fue casi un milagro que sobreviviera”, reseñó el paralímpico que, en su opinión, “sobreviví gracias al buen estado de forma que tenía con 20 años y a mi entrenamiento mental. Tenía que mantener la energía suficiente durante todo ese tiempo sin consumirla para no congelarme; fue complicado dominar los pensamientos durante esos instantes”.

El granadino rememoró como uno de los momentos más duros el de su rehabilitación: “Me ofrecí para estar en ensayos clínicos y me fui fuera de España porque tenía que intentar adaptarme a las prótesis”. “Los médicos insistían en que debido a mi amputación sería complicado que andara, y otros, aún tras haberlo hecho, seguían sin explicárselo”, apostilló Miguel Ángel, cuyos apellidos bien podrían haber sido el binomio naturaleza y deporte, ya que desde pequeño recorría las laderas de Sierra Nevada, trepaba al Veleta o al Mulhacén, y subía en bicicleta por las empinadas calles del Albaicín en el casco histórico de Granada.

El accidente para él fue un desvío en el camino porque regresó a su tierra a los ocho meses y, poco a poco, conviviendo con el dolor de sus heridas y familiarizándose con las prótesis, volvió a escalar el Corral del Veleta y a montarse sobre los esquíes. Viajó al Sahara para escalar las paredes del macizo de Hoggar y vivió en Estados Unidos enseñando los deportes que tanto ama. Allí conoció el Movimiento Paralímpico, del que él se ha convertido en parte importante a partir de entonces, siendo el tercer paralímpico andaluz más laureado con siete preseas.

El granadino ha participado en cinco ediciones de los Juegos, tres en invierno (Innsbruck 1998, Albertville 1992 y Lillehammer 1994) y dos en verano (Barcelona 1992 y Atlanta 1996), siendo uno de los seis deportistas andaluces que ha alcanzado esa privilegiada cifra. Bien sobre sus esquíes, bien sobre la bicicleta, en sus cinco comparecencias a los Juegos Paralímpicos posee el formidable balance de tres oros, dos platas, dos bronces y cuatro diplomas.

Tras volver de Atlanta 1996, decidió poner punto final a su vida competitiva para dedicarse a los suyos y a su montaña, con la que sigue vinculado a través de la escalada, una devoción que le ha llevado a coronar picos en todos los continentes, enseñando a otros, transmitiendo su experiencia y, sobre todo, siendo el ejemplo de que querer es poder.

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