Dagmara Brown convierte la esencia del ballet cubano en el éxito de la rítmica española

La coreógrafa del Equipo Nacional de Gimnasia Rítmica perteneció durante 20 años al cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba en el que compartió espectáculo con Alicia Alonso.

Avance Deportivo

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@deportivoavance
11 de diciembre de 2016, 20:00

Dagmara Brown es la maestra de ballet de la Selección Nacional de Gimnasia Rítmica, actuales subcampeonas olímpicas y medalla de bronce en el Mundial de 2015. Llegó al Centro de Alto Rendimiento del Consejo Superior de Deportes de Madrid hace más de diez años y, desde entonces, ha preparado a todas las gimnastas que han pasado por aquí: “Me llamó Anna Baranova, la seleccionadora del equipo, porque necesitaban a una coreógrafa. En estos años he adaptado el trabajo del ballet a las necesidades de la rítmica, haciéndolo más clásico, más puro. Con el ballet aprenden a controlar el cuerpo, el equilibrio, los giros y les sirve para las dificultades”.

Dagmara nació en Cuba en 1955. Cuando tenía 10 años fue una de las seleccionadas para formarse en ballet en la Escuela Nacional de Arte de La Habana, considerada una de las escuelas de danza más importantes del mundo. Durante ocho años recibió clases de los mejores profesores del momento, como Ramona de Sáa, forjadora del actual sistema de enseñanza de la danza en Cuba: “A ella le dediqué mi tesis universitaria porque fue la responsable máxima de esa gran Escuela de Ballet que tenemos hoy y que es reconocida internacionalmente”.

Dagmara dando clase al segundo conjunto de gimnasia rítmica. Fuente: CSD

Dagmara dando clase al segundo conjunto de gimnasia rítmica. Fuente: CSD

Tras graduarse, con 18 años, Dagmara dio el salto más importante de su vida: “Estoy muy orgullosa de haber formado parte del cuerpo de baile del Ballet Nacional de Cuba durante 20 años. Pienso que todo lo que viví allí ha hecho que me sea fácil revertirme tanto en el trabajo con un alumno, darle la confianza, el ejemplo y la seguridad de que con trabajo se puede lograr todo y de que si no hay pasión no vale la pena dedicarse nada. La pasión es lo que te lleva más allá”.

En el Ballet Nacional de Cuba conoció a Alicia Alonso, leyenda viva de la danza, con la que recorrió los principales teatros del mundo. Actuó en el Bolshoi de Moscú, el Kirov de Leningrado, el Teatro de la Ópera de Berlín o el Metropolitan Opera House de Nueva York. Allí vivió un momento histórico, en 1978: “Era la primera vez que un grupo de artistas cubanos viajaban a Estados Unidos. La acogida fue apoteósica, tanto que al año siguiente repetimos”. El público se volcó con ellos pero también vivieron momentos de tensión por las relaciones entre ambos países: “Los cubanos que vivían allí estaban en contra de que actuásemos, repartían octavillas en las puertas de los teatros y recibíamos amenazas. Nosotros no lo entendíamos porque el arte es universal y no se puede mezclar con la política”, asegura Dagmara.

En una gira a España, en 1993, conoció al que define como el amor de su vida. Ésa es una de las causas por las que decidió dejar, con 38 años, el Ballet Nacional de Cuba e instalarse en nuestro país. Al poco tiempo de llegar empezó a trabajar como maestra de ballet en la Escuela de Danza Española y Flamenco Amor de Dios. Entre sus alumnos estuvieron Lola Greco, Premio Nacional de Danza en el 2009, María Juncal o Carmelo Segura.

Dagmara asegura que se enamoró del flamenco y pronto empezó a colaborar en el montaje de coreografías con el Joven Ballet de África Guzmán o con la compañía de Cristóbal Reyes y Joaquín Cortés. Con ellos trabajó en el espectáculo Pura Pasión, que se estrenó en Londres en 2001 con gran éxito: “Salió algo muy novedoso en ese tiempo. Ahora todo se fusiona pero en aquel momento mezclar flamenco con clásico fue un boom”.

Otro de sus alumnos fue Rafael Amargo, quien colaboró con el Equipo Nacional de Gimnasia Rítmica en la preparación de uno de los ejercicios que presentaron en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Ésa fue la segunda cita olímpica en la que estuvo con ellas: “Estábamos convencidas de que lo iban a hacer bien. Estaban muy preparadas porque llevaban muchos años juntas y se habían propuesto hacerlo lo mejor posible. Lo único que podía fallar era que todas estaban en el límite de su cuerpo”.

Nada falló y realizaron dos ejercicios impecables que las llevaron directas al segundo puesto del podio. “Son mis niñas, nuestras campeonas”, recuerda emocionada Dagmara Brown, que traslada el éxito del equipo a todas las deportistas a las que le ha dado clase en el CAR de Madrid en los últimos años: “Esta medalla ha conseguido que las niñas se enamoren de la rítmica, que los clubes tengan listas de espera y, sobre todo, que la gente se haya interesado más en la historia de sacrificio que implica este deporte y de todo lo que hay detrás de estos resultados”.

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