Elisa Cabello, hija del sueño olímpico

La olímpica sevillana ha afirmado en una entrevista a Avance Deportivo que «posiblemente la práctica deportiva y la capacidad de esfuerzo que exige el alto rendimiento» le haya ayudado «a mantener un buen equilibrio emocional en una situación tan anormal como la que estamos viviendo». 

Rocío Yélamos

Rocío Yélamos

@deportivoavance
3 de junio de 2020, 11:00

Desde los 9 años demostró ser un ejemplo de constancia y superación. Y es que Elisa Cabello Olivero, ex gimnasta profesional nacida en Sevilla en 1956, siguió los pasos de su hermana mayor para convertirse, años más tarde, en la tercera olímpica andaluza, cumpliendo su sueño en una época plagada de matices y connotaciones políticas. Así, y para arrojar luz ante los diversos problemas que tuvieron que enfrentar las deportistas de su generación, la sevillana decidió llevar a cabo un proyecto de crowfunding para publicar ‘Hijas del sueño olímpico’, un libro que recupera una parte de la historia más reciente y olvidada, siendo, además, un homenaje a todas aquellas mujeres que lidiaron con esta situación e impulsaron, en parte, el cambio hacia la aceptación de la mujer en el deporte.

Pregunta.- El deporte ayuda a afrontar muchas situaciones, pero lo que estamos viviendo en la actualidad ha sido algo fuera de cualquier escenario imaginado. ¿Cómo ha pasado todo este periodo de confinamiento?

Respuesta.- Pues supongo que, como todos, con mucha preocupación por la grave enfermedad a la que nos enfrentamos e intentando mantener el ánimo de la mejor manera posible.

P.- ¿Le ha ayudado el deporte también mentalmente a afrontar esta situación?

R.- Todos sabemos que el ejercicio físico es fundamental para mantenernos física y mentalmente en forma. Nos ayuda a relajarnos y a estar más optimistas. Es posible que la práctica deportiva y la capacidad de esfuerzo que exige el alto rendimiento me haya ayudado de manera positiva a mantener un buen equilibrio emocional en una situación tan anormal como la que estamos viviendo.

P.- ¿Qué le aconsejaría a los deportistas de alto rendimiento que han hecho un parón en su camino hacia los Juegos?

R.- Que no se desanimen porque en cuanto empiecen a entrenar de nuevo volverán a sentir las buenas sensaciones. Comprendo que no ir a los Juegos de Tokio 2020, cuando ya la temporada estaba enfocada hacia ese gran evento, es muy frustrante. No obstante, una vez que superen esa desilusión, seguro que asimilan que ahora tendrán más tiempo para mejorar su preparación física y emocional y, por tanto, seguro que en la cita de 2021 brillarán tanto como se merecen.

P.- ¿Cómo fue para usted la experiencia olímpica?

R.- Fue una gran experiencia. Esa fue mi meta desde que llegué a Madrid en 1968. En Munich 1972 casi lo consigo, pero no fue posible; así que cuando lo logré cuatro años más tarde, fue genial, fui capaz de conseguir mi reto. El logro de una meta tan deseada y trabajada durante tantos años te hace olvidar los malos momentos por los que todo deportista pasa a lo largo de su vida deportiva. Participar en los JJOO de Montreal 1976 supuso una inmensa satisfacción personal.

P.- Centrándonos un poco en su historia y en lo que le tocó vivir. ¿Qué sintió y cómo fueron las primeras clases de gimnasia que recibió?

R.- Empecé en Sevilla acudiendo a las clases extraescolares que organizaba la Sección Femenina. Entrenábamos como se podía, apenas sin medios y con materiales muy antiguos. Nuestros ejercicios eran básicos, pero disfrutábamos entrenando y participando en las distintas competiciones que se organizaban. Al ser seleccionada por la Real Federación Española de Gimnasia durante una competición en 1968, me trasladé con otras compañeras sevillanas a Madrid. Allí estuve concentrada de forma permanente hasta 1976.

P.- En 1968, la Real Federación Española de Gimnasia realizó un Plan de Promesas y le escogió. ¿Cómo fue para una niña de 12 años dejar toda su vida e irse a Madrid para seguir entrenando?

R.- La llegada a Madrid resultó un cambio y una experiencia muy dura en todos los sentidos. Dejé en Sevilla a mi familia, mis amigos, mi colegio, mis aficiones, mi entrenadora, mi ciudad… Todo era diferente y, aunque desde un primer momento las compañeras de equipo nos apoyamos y mostramos mucha empatía, los llantos y la nostalgia era muy común dentro del grupo. Lo mejor del día era sin duda el entrenamiento que duraba de 6 a 10 de la noche. Mientras entrenabas disfrutabas mucho y no te acordabas tanto de lo que habías dejado atrás. Así que cuando descansábamos los domingos, el día se hacía muy largo y lógicamente los recuerdos volvían y te sentías más sensible y vulnerable. También fue difícil conciliar deporte y estudios ya que apenas nos daba tiempo de hacer los deberes o estudiar para los exámenes. Pero, en fin, a pesar de los malos tragos, también hubo alegrías cuando viajábamos o conseguías triunfos, así que, poco a poco, la gimnasia terminó siendo mi gran pasión.

P.- Llegó a ser gimnasta profesional durante el Franquismo, ¿en qué condiciones trabajaban?

R.- El primer año entrenamos en las instalaciones de la Escuela de Especialidades de Educación Física que la Sección Femenina tenía en La Almudena. Allí no contamos con las condiciones necesarias para desarrollar un buen entrenamiento ya que los gimnasios eran reducidos y apenas había aparatos. Más tarde nos trasladaron al Colegio Nuestra Señora de las Maravillas en el que pudimos entrenar con aparatos más modernos y apropiados, pero había que montar y desmontarlos diariamente. En 1970, la federación nos ubicó de forma permanente en el gimnasio del INEF de Madrid que estaba recién inaugurado. En esta instalación tuvimos mejores condiciones, pero nunca llegamos a tener todos los medios metodológicos necesarios ni en calidad ni en cantidad. Aún así era lo mejor que en ese tiempo había en España. En el gimnasio entrenaban, además de nosotras, el equipo masculino y los gimnastas de cama elástica y alguna escuela de niños procedentes de diversos clubes por lo que el espacio se quedaba muy reducido. Tampoco disfrutamos de algo tan esencial e importante como es un foso para aprender sin riesgos las acrobacias. Éste se construyó justo cuando me estaba preparando para participar en los Juegos de Montreal, en el año 1976, cuando prácticamente estábamos a punto de retirarnos.

P.- ¿Qué diferencias existían con respecto a los gimnastas masculinos?

R.- En cuanto a medios deportivos apenas se puede hablar de diferencia. Hay que tener en cuenta que llevaban más años que nosotras dentro de un plan similar al nuestro. Ellos pasaban todos de los 20 años mientras que nosotras llegamos con 11 ó 12 años a Madrid. Por lo tanto, el trato federativo fue por lógica algo diferente. Yo subrayaría principalmente las diferencias en cuanto a la cotidianidad; ya que si bien los chicos tuvieron la posibilidad de vivir en la residencia Blume, que era solo masculina, nosotras tuvimos que ir cambiando con mucha frecuencia de residencias de señoritas o colegios internos. Uno de estos estaba ubicado a 50 kilómetros de Madrid así que, como puede imaginarse, los traslados diarios eran realmente agotadores e inapropiados. Por tanto, es fácil de entender que esos continuos cambios fueron perjudiciales para nuestra estabilidad. Sé que en otros deportes se ofrecían premios en metálico por ganar medallas en Juegos del Mediterráneo o en europeos, etcétera, pero, en la gimnasia femenina nunca se dio el caso. En aquellos años, el deporte femenino no estaba valorado, se percibía como un hobby así que, para la Delegación Nacional de Deporte, la gimnasia femenina era totalmente amateur. La beca consistió en la manutención, los estudios y lo necesario para entrenar. Cuando dejamos el deporte lo único que nos llevamos a casa fue la satisfacción personal por haber cumplido un sueño, en mi caso, el olímpico.

P.- Tras lograr su objetivo de ir a los Juegos Olímpicos decidió retirarse como deportista y se dedicó a otra pasión: entrenar a las jóvenes promesas de la gimnasia. ¿Ha evolucionado mucho su disciplina?

R.- Muchísimo, en los años 70 la gimnasia femenina española empezó a evolucionar de forma imparable. Esa progresión puede comprobarse a través de la participación olímpica de nuestras gimnastas. Por ejemplo, los JJOO de Roma, en 1960, fueron los primeros en los que participó un equipo femenino español. Después de ese gran triunfo hubo que esperar hasta Munich 1972 para ver participar a una española. En Montreal 1976 y Moscú 1980 fueron tres las gimnastas que lograron clasificarse. Más tarde, en Los Ángeles 1984, de nuevo se participó por equipo, aunque es probable que esta gesta fuera gracias al boicot de la URSS. A partir de Seúl 1988, en el que España se clasificó por derecho propio por equipo, el nivel gimnástico fue subiendo de forma muy destacable. Barcelona 1992 fue la culminación de esta etapa ascendente ya que el equipo femenino logró el 5º puesto en la general. 

P.-¿Qué cree que pudo ser determinante para este cambio?

R.- Hay que subrayar que, gracias al Plan ADO, iniciado en el ciclo olímpico de Barcelona, los centros de alto rendimiento han experimentado una mejora espectacular en todos los sentidos (aparatos y materiales más modernos, mejor formación de los entrenadores, técnicas, metodología, medicina deportiva, el bienestar físico y mental de las gimnastas…) en suma, medios deportivos que, sin duda, han contribuido a elevar de forma extraordinaria el nivel gimnástico español. Así, se puede decir, que el periodo dorado de la gimnasia española femenina empezó en Barcelona 1992 y culminó en Atenas 2004. En esa etapa, España siempre logró clasificarse dentro de los 8 mejores equipos. No obstante, a partir de ahí, se produjo un descenso importante ya que a Pekín 2008 tan solo acudieron dos gimnastas mientras que, en Londres 2012 y Río 2016, solo participó una gimnasta. Ahora, con el equipo clasificado para Tokio 2020 (2021), es probable que se vuelva a producir otra etapa de ascenso.

P.- ¿Cómo surgió la idea de escribir ‘Hijas del sueño olímpico’?

R.- Antes de ser libro fue el tema de mi tesis. Durante los años que estuve como docente en la Universidad Autónoma de Madrid comprobé la poca o nula bibliografía que existía sobre la historia de la gimnasia artística española. El alumnado confundía las modalidades gimnásticas de este deporte y, aparte de Blume, apenas conocían mucho más. Este vacío histórico me animó a indagar sobre la gimnasia femenina española. Esta investigación abarcaba desde 1968 hasta 1976 es decir, los ciclos olímpicos de Munich 1972 y Montreal 1976 en los que participé como gimnasta de la selección nacional. Una vez que, por diversos motivos, renuncié a continuar con la tesis, me pareció importante no abandonar una investigación de casi doce años de intenso trabajo. La editorial Libros.com me ofreció publicarla y la tesis se transformó en una historia de vida en la que, además de narrar mis experiencias como gimnasta, incluyo también el origen y la evolución que tuvo este deporte femenino en España a partir de 1950.

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