Eugenio Jiménez, el ‘Tarzán’ de la piscina que siempre creyó en sí mismo

Eugenio Jiménez. Fuente: DXTadaptado.com

Eugenio Jiménez. Fuente: DXTadaptado.com

Admirador del actor y nadador Johnny Weissmüller, el español fue campeón del mundo y ganó cinco medallas en tres Juegos Paralímpicos en la década de los 80. Fundó la Federación de Deportes Adaptados de la Comunidad Valenciana.

Jesús Ortiz García

Jesús Ortiz García

@JesusOrtizDXT
27 de mayo de 2020, 11:00

En sus primeros años de vida creció con el olor a linimento ‘Sloan’ en su cuerpo, aquel centenario ungüento ‘mata dolores’ con el que su padre le daba masajes terapéuticos, y con las incesantes visitas a hospitales y a rehabilitación. Con dos años, a Eugenio Jiménez Galván la temida poliomielitis le dejó atrofia en ambas piernas, pelvis y abdomen. La piscina fue su mejor medicina y en el agua endureció el carácter para convertirse en un perseverante y voraz nadador, coleccionista de medallas en mundiales y en Juegos Paralímpicos durante la década de los 70 y los 80.

Eugenio Jiménez. Fuente: DXTadaptado.com

Eugenio (5 años) tras ganar su primero trofeo en el CN Miami.

«Mi madre me contaba que pasé varios días muy grave, con fiebre altísima. El virus que azotó a la población infantil me dejó cojera y dificultad para andar. Los médicos me aconsejaron nadar y empecé a ir a la piscina del Parque Móvil Ministerios de Madrid. Allí me trataba un fisioterapeuta cubano, Augusto Pila, al que mi padre le tenía mucha fe», relata. Poco después dio sus primeros aleteos y brazadas en la pileta del Club Miami, donde ya se intuía ese talento innato.

«Era el único lugar donde desaparecían mis limitaciones físicas y me sentía libre. Recuerdo que un día me subí a un trampolín y las mujeres avisaban con gritos a mi madre, que las tranquilizaba mientras yo volaba por los aires. Me veía reflejado en el actor de ‘Tarzán’, Johnny Weissmüller, que había sido campeón olímpico en 1924 y en 1928 y también tuvo polio, fue un icono para mí, me encantaba. Se lo debo todo a mis padres porque no me convirtieron en un niño sobreprotegido, me dejaban jugar al estilo ‘Tarzán’ en piscinas, columpios…», apunta.

La constancia y la actitud insumisa fueron sus aliados para alcanzar sus metas. Desde el primer trofeo que ganó con cinco años hasta el oro en relevos en Seúl’88, una carrera de éxitos. Aunque también tuvo espinas debajo de las rosas. Su estado físico empeoró tras una operación y se vio con aparatos ortopédicos por una mayor atrofia: “Fui una cobaya humana para aquel cirujano que convenció a mis padres, todo salió mal. Por prescripción médica nos aconsejaron que el mar y las algas eran herramientas idóneas para mi problema, así que nos trasladamos a Valencia”.

Eugenio junto a Jofre y Cabezas en Mandeville.

Con nueve años se sintió por primera vez marginado cuando llegó a regañadientes al Club Ferca San José. “Entré porque mi hermana tenía un gran nivel y mi padre les puso contra la espada y la pared, si querían que ella entrenase, a mí también tenían que dejarme. Eran tiempos difíciles para los niños con discapacidad, no fui bien recibido, me hacían sentir mal y era un estorbo”, lamenta. En ese contexto hostil, Eugenio nunca claudicó y absorbió como una esponja las indicaciones que el entrenador les daba al resto de chicos: “Me llamaban ‘el machaca’ de la natación valenciana por ser tan perseverante. Lo que escuchaba lo ponía en práctica, así aprendí y mejoré mi técnica, aquello me hizo fuerte”.

Salto a la natación adaptada

El cambio se produjo cuando dio el salto a competiciones adaptadas en 1974, ganando sus primeras medallas con solo 13 años en el campeonato de España en Zaragoza. “Mis padres me desaconsejaban participar en este tipo de eventos porque estaba integrado en el colegio. Fue una inclusión a la inversa, un choque grande porque nunca había visto a gente con discapacidad tan severa. Me impactó mucho porque en el fondo era deporte segregado, pero se me encendió una lucecita en mi interior y decidí continuar porque creía que podría aportar mi granito de arena”, relata.

Eugenio saludando a Juan Pablo II en una recepción en Roma.

Su estreno internacional fue en 1977 en un triangular entre España, Francia y Alemania, y dos años después se proclamó campeón del mundo en 100 metros espalda con récord mundial en Stoke Mandeville (Gran Bretaña). “Allí tuve la oportunidad de conocer al doctor Ludwig Guttmann, quien unos meses después falleció sin lograr que Moscú acogiese los Juegos Paralímpicos de 1980”, subraya. De urgencia se organizó en la ciudad holandesa de Arnhem, donde Eugenio brilló con una plata en 100 espalda, un bronce en 200 estilos y un oro en 50 mariposa, la única presea dorada de la delegación española.

“Fue casi al final de los Juegos, pasaban los días y la medalla de oro no llegaba para España. En mi prueba favorita me tuve que conformar con la plata y en mariposa di la sorpresa tras superar por una uña al polaco Ryszard Machowczyk, un gran rival y amigo. Hice récord paralímpico y mundial. Al salir de la piscina, el presidente de la Federación Española, Guillermo Cabezas, que era amputado de una pierna, salió corriendo hacia mí, soltó sus muletas y dando un brinco se abalanzó sobre mí. Es un recuerdo inolvidable”, confiesa.

Oro y récord del mundo

Siguió acumulando metales en sus vitrinas, destacando el oro europeo en París 1983 y algunas medallas más en los mundiales de Stoke Mandeville. Y disfrutó de sus segundos Juegos en Nueva York’84: “Me había preparado muy duro para esa cita, vivía en la piscina, hacía tres sesiones y nadaba 20.000 metros diarios. Pese al problema de escoliosis que padecía, subí de nuevo a lo más alto del podio”. El suculento manjar fue un oro en 100 espalda con récord paralímpico y mundial, otra vez.

Eugenio y su esposa Ani tras recibir el premio Juan Palau de la Feddf.

Tras alcanzar su cénit decidió alternar la faceta de nadador con la de entrenador en el Club Natación Olympic Dom Bosco. “Dirigía al equipo absoluto y tuve nadadores olímpicos de nivel como Vicente Blanes, Enrique Ferrero o Juanjo Romero. También con Pilar Javaloyas y la doctora Adoración Ortiz creamos la Asociación Valenciana de Natación para Minusválidos en la piscina de rehabilitación del Hospital La Fe, donde aparecieron futuros nadadores paralímpicos como Pedro Úbeda, Paco Sabater, José Vaquerizo, Ricardo Ten o Vicente Gil”, cuenta.

Su retirada de la competición llegó tras disputar los Juegos Paralímpicos de Seúl’88, donde ganó un oro en relevos 4×100 estilos junto a Alberto Gómez, Jordi Gotzens y Juan Carlos Castañé. “Apareció el dinero de la ONCE y se notó, España dio un salto importante en el medallero. Por primera vez en la historia participamos en las mismas instalaciones que los olímpicos. Fue increíble vivir la ceremonia de inauguración desde la propia hierba del estadio ante 120.000 personas. Y en la piscina jamás había visto a tanta gente presenciando nuestras pruebas, más de 20.000. Toda Corea se volcó, los niños nos paraban por las calles, nunca he firmado más autógrafos que en Seúl”, indica.

Tras colgar el gorro y el bañador su vida viró el rumbo hacia el voluntariado social y en 1992 fundó la Federación de Deportes Adaptados de la Comunidad Valenciana (Fesa), realizando hasta 2010 una gran labor con personas de gran discapacidad y con mayor riesgo de exclusión. “Empezamos de forma precaria, pero con mucha ilusión y entrega desarrollamos un trabajo ejemplar mediante la promoción del deporte, permitiendo la inserción socio-laboral de mucha gente. Nuestro modelo cautivó, incluso nos dieron el Trofeo Olimpia en los Premios Nacionales del Deporte. Es de las cosas que más orgulloso me siento”, apostilla Eugenio Jiménez.

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