Isabel Fernández, la soldado que reina en katas y despunta en press banca

Isabel Fernández. Fuente: AD

Isabel Fernández como karateca, soldado y levantadora de peso. Fuente: AD

La toledana, militar del Ejército de Tierra, es bicampeona del mundo de karate en silla de ruedas y acaba de estrenarse en halterofilia adaptada con un bronce por equipos mixto en el Europeo.

Jesús Ortiz García

Jesús Ortiz García

@JesusOrtizDXT
13 de octubre de 2022, 13:00

En la piel de su brazo izquierdo luce una interpretación de ‘La gran ola de Kanagawa’, con el mar a punto de devorar una barcaza de pesca y el monte Fuji como testigo en el horizonte. Siempre le gustó la obra de Katsushika Hokusai, en parte porque veía reflejada un momento de su trayectoria vital. Con esa fuerza y energía que bulle en sus entrañas, Isabel Fernández, al igual que esos pescadores en mitad de la tormenta, supo mantener la serenidad y aguantar cada embestida cuando una enfermedad degenerativa le dejó en silla de ruedas poco después de alistarse en el Ejército. El kárate le permitió reflotar, siendo bicampeona del mundo. Ahora, esta soldado también se ha adentrado en la halterofilia, logrando un bronce europeo por equipos en su debut.

Vive inmersa en un remolino de felicidad y emoción tras los éxitos deportivos. Con su mirada fiera y concentración estajanovista sobre el tatami se ha convertido en la reina en kata (2 oros mundiales y 3 europeos), y con su explosividad, técnica y fortaleza mental se ha hecho un hueco entre las mejores en el press banca. La primera vez que agarró pesas y discos tenía 12 años, quería robustecer su cuerpo liviano para ponérselo difícil a las rivales en kumite, disciplina en la que consiguió dos bronces en 2005 y en 2006 en campeonatos de España.

Comenzó a practicar karate con cuatro años. “Mi madre me dijo que todo lo que se empieza se termina y que hasta que no tuviera el cinturón negro no lo podía dejar. Con 14 años tuve un episodio rebelde y no quería ir a entrenar, pero ella me obligó a ir y me alegro de ello”, confiesa. Recién cumplida la mayoría de edad, su futuro como karateca se truncó por un problema en la rodilla que venía arrastrando desde los 16 años. “En un entrenamiento, un compañero me dio una patada y me fisuró y luxó la rótula. La lesión se agravó, la pierna no quedó bien y eso me retiró de la competición”, relata.

Isabel se centró en su futuro profesional y opositó a bombera y a policía nacional. Sin embargo, en 2015 logró plaza en el Ejército de Tierra, siguiendo los pasos de su padre, militar de profesión, una vocación que había cultivado en el cuartel de Medina del Campo (Valladolid), donde vivió hasta que a los ocho años se trasladó con su familia a Toledo. En Cáceres se forjó como soldado durante cuatro meses entre marchas kilométricas, instrucciones de combate, ejercicios de tiro… “Fue lo mejor que me pasó en la vida, disfruté en grande”, recalca.

Obtuvo su primer destino en el Regimiento de Infantería ‘La Reina’ nº 2, en Córdoba. Apenas tres meses después resurgieron los dolores en las rodillas y tras solicitar diagnóstico a varios traumatólogos, la respuesta hizo desmoronarse lo que había construido: enfermedad degenerativa. “Tuve que pasar por quirófano. Aunque sigo en estudio, dicen que es paraparesia espástica. Tenía artrosis juvenil, la rodilla de una persona de 65 años. Con 28 años tenía que decir adiós al deporte convencional. Pasé un mes muy malo, lloraba a diario, tenía mucho dolor al forzar la articulación porque me negaba a ir con muletas, fue difícil de asimilar”, asegura.

En ese estado de fragilidad no estaba dispuesta a renunciar al deporte y desde el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, con José Miguel López a la cabeza, le abrieron las puertas a nuevas modalidades. Jugó al baloncesto en silla en Alcorcón y en Leganés, y fue cuarta de España en ciclismo con una handbike. La casualidad quiso que en junio de 2018 se encontrase con su antiguo entrenador, Álvaro Jiménez, quien le propuso que retomase el kimono, pero esta vez en karate en silla de ruedas. Fue el destello de esperanza que necesitaba y en su rostro volvió a dibujarse su sonrisa irrefrenable.

“Al principio me parecía algo descabellado, no teníamos referentes ni sabíamos cómo hacerlo, partíamos desde cero. Nos pusimos manos a la obra, sin descanso, con seis horas de entrenamientos al día para trabajar técnica, pesas y katas. Llevaba pocas semanas y me planté en el Campeonato de España en Ávila, en el mismo polideportivo donde disputé la última competición a pie. Fue como retomarlo dónde lo había dejado”, explica. Y de ahí, al Mundial en el WiZink Center de Madrid en noviembre para colgarse la medalla de oro. Fue el advenimiento de su reinado porque luego llegaría otro título más de campeona del mundo y tres preseas doradas en europeos.

Inconformista, Isabel no se detuvo ahí, su sueño desde pequeña es ir a unos Juegos y como con el karate no tiene opción, decidió probar otros deportes que sí forman parte del programa paralímpico. Pese a que la esgrima le llamaba la atención, se decidió por el piragüismo. “Competí el año pasado, fui segunda de España en 5.000 metros y tercera en 200 y en 500 metros. Pero mi discapacidad no entra dentro de las elegibles para disputar pruebas internacionales, solo las que tienen lesión medular o amputaciones. Y la halterofilia se presentó como una nueva oportunidad. Para mí era el tercer deporte, pero ahora es al que más horas le dedico”, dice.

Se prepara en el pabellón municipal de Carranque (Toledo) gracias al apoyo de la Fundación Loida Zabala. “Si no fuese por ella, no haría esto. Es un amor, es todo corazón, una persona maravillosa, todo lo hace porque quiere ayudar a los demás. Para mí es un ejemplo a seguir”, subraya. En su primera batalla en powerlifting cosechó un séptimo puesto individual en -55 kilos y un bronce por equipos mixto junto a Loida y David Gómez en el Europeo de Tiflis (Georgia). “Jamás pensé en un debut así. Lo veíamos como algo imposible porque Turquía, con la que nos jugamos la medalla, era favorita. Este resultado supone una motivación extra, ya he retomado los entrenamientos, estoy ilusionada con lo que está por llegar”, reconoce.

Su carrera recién está en la rampa de lanzamiento, tiene margen de mejora y confía en domar los nervios antes de competir, su talón de Aquiles. “Cuando me estreso y me pongo nerviosa pierdo fuerza por la enfermedad. Tengo que corregir eso y si lo controlo, las marcas van a subir -su récord personal está en 73 kilos-”, apunta Isabel, que ya se ha reincorporado al Ejército y trabaja como administrativa en la Escuela Central de Educación Física. “Me apasiona mi trabajo y es un lujo las facilidades que me dan para poder compaginarlo con el deporte. He crecido en el tatami y no dejaré de ser karateca, es mi identidad, quiero ir al Europeo de marzo de 2023, pero estoy más centrada en la halterofilia. Mi objetivo es ir a unos Juegos Paralímpicos, París 2024 está complicado, pero lo voy a intentar”, apostilla.

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