Daniel Vidal, un mariposista con aleta de ‘tiburón’

Durante una década en la élite, el castellonense fue uno de los mejores nadadores. Devorador de medallas internacionales, campeón del mundo y de Europa, ganador de 9 metales en 3 Juegos Paralímpicos y con 21 récords del mundo en su palmarés.

Jesús Ortiz García

Jesús Ortiz García

@JesusOrtizDXT
13 de noviembre de 2020, 11:00

Una torre de alta tensión. Un revoltoso e inquieto niño. Una descarga eléctrica y la amputación del brazo izquierdo y de la mano derecha. Daniel Vidal tuvo que reconstruir su vida y la natación fue el pilar que le ayudó a levantarse. Campeón del mundo y de Europa, 21 veces plusmarquista mundial y con 3 oros, 3 platas y 3 bronces en los Juegos Paralímpicos. Su tesón y carácter indomable le convirtieron en uno de los mejores nadadores de la primera década del siglo XXI. El de Burriana (Castellón) volaba sobre el agua como una mariposa y mordía como un tiburón.

Daniel Vidal tras ganar el oro en Sídney 2000.

El primer gran reto lo afrontó con 6 años. Aquel chico pizpireto jugaba con un par de amigos en un huerto junto al instituto del pueblo y su curiosidad e ingenuidad le llevaron a subirse a un poste de luz. Al tocar un cable, 30.000 voltios recorrieron su menudo cuerpo. “Fue un 22 de marzo de 1982, esa fecha la llevo grabada a fuego porque volví a nacer. En el hospital de Castellón me daban por muerto, pero mi madre no se rindió y el padre de uno de los niños que jugaba conmigo, que era policía local, cogió una ambulancia Simca 1200 y lanzado me llevó al Hospital La Fe de Valencia. Lo único que recuerdo es que pegaba botes y llegaba al techo”, relata.

Fue intervenido de urgencia y pasó un mes en coma. “Perdí el brazo izquierdo y la mano derecha. Me hicieron un injerto en el muslo de la pierna y el pie izquierdo también lo tenía machacado porque la electricidad salió por ahí. Me dijeron que no podría andar. Estuve un año ingresado y durante muchos meses en la Unidad de Quemados, mi familia solo me veía a través del cristal”, cuenta. La recuperación fue su primera victoria y en ella jugó un papel fundamental su entorno. “Mis padres y amigos siempre me trataron como uno más. Ellos me enseñaron que para conseguir las cosas había que intentarlo, aunque costase más”, recalca.

Aún no habían cicatrizado sus heridas cuando tuvo su primer encuentro con otra leyenda del deporte paralímpico español, Ricardo Ten. “Él acababa de ingresar en La Fe por un accidente parecido al mío. Entré a su habitación para darle ánimos y nos volvimos a ver 15 años después gracias a la natación. Nos une una buena amistad, los dos pasamos por lo mismo”, apunta Vidal, quien confirma que vivió una etapa delicada en la que no supo levantar cabeza: “Cuando te haces mayor ves las trabas que te ponen. Tuve traumas entre los 14 y los 18 años, los niños fueron crueles, pensé que nunca podría trabajar ni tener novia porque me faltaban las manos. Pensé en suicidarme, pero un día cambié el chip, había que tirar para adelante luchando. Solo se muere una vez, pero la vida se vive todos los días”.

Llegar y besar el santo

El castellonense aprendió a moverse con el leitmotiv de ‘Carpe Diem’ y se agarró al deporte. Hizo atletismo y jugó al fútbol sala, “pero el entrenador apenas me daba minutos porque de banda antes se sacaba con las manos y no podía. Ironías de la vida, hoy se saca con el pie”, dice entre risas. Y a los 21 años llegó a la natación en unas jornadas de deporte adaptado. “Pepe Ramos fue quien me animó a probar, se me dio bien, dejé de fumar y me puse a entrenar en el Club Natació Vila-Real”, explica. Lo suyo fue llegar y besar el santo, ya que en el Europeo de 1999 en Braunsweig (Alemania) logró 3 oros, una plata y un bronce.

Vidal con la medalla de bronce en los Juegos de Atenas 2004.

Vidal empezaba a calentar sus potentes piernas y su ambición se disparó en su debut en unos Juegos Paralímpicos, en Sídney 2000. “Marcaron un antes y un después en mi carrera. Que la gente de Australia, donde la natación es el deporte rey, me tratase por la calle como si fuese un ídolo, fue inolvidable”, asevera. Era la 2ª jornada de competición y en su prueba fetiche, el 50 mariposa S6, el español conquistó el oro. “En las clasificatorias estaba acojonado, era un flan ante 17.000 personas. Salí tan estresado que hice récord del mundo (34.12 segundos). Me dijeron que descansara para la final, pero no pude dormir pensando en lo que me esperaba. Por la tarde gané y mejoré ese tiempo con 34.01”, recuerda.

No pudo festejarlo con su preparador, Miguel Ángel Ruiz, que estaba en la grada, hasta casi 3 horas después “porque en el control antidoping seguía tan nervioso que no podía ni orinar y cuando regresé ya no había nadie en la piscina”. Luego añadió a su zurrón una plata en 50 libre y 2 oros en relevos 4×50 estilos y 4×50 libre, sendos con récords del mundo. En el siguiente ciclo paralímpico continuó en la cresta de la ola, sumando 4 oros, 2 platas y una nueva plusmarca mundial en el Europeo de Estocolmo 2001 y una temporada más tarde en el Mundial de Argentina cosechó 3  oros, 2 platas y un bronce. “Era impensable que en 5 años fuese campeón de todo. Le dije a mi entrenador que lo dejaba, pero me convenció para seguir”, confiesa.

Todo le iba bien en la piscina, aunque estuvo cerca de no ir a los Juegos de Atenas 2004 tras recibir un nuevo varapalo, el fallecimiento de su hermano Agustín en un accidente de tráfico. “Ocurrió 2 meses antes de viajar, dejé de entrenar ya que no tenía la cabeza para competir, fue un momento complicado, me hundí. Al final decidí ir para dedicarle mis logros, doblé sesiones en el agua para recuperar las horas perdidas y pude homenajearle con varias medallas. Una de las imágenes más bonitas que tengo es en el podio, con la corona de laureles y mirando al cielo por mi hermano. Fue muy emotivo”, subraya. Se llevó una plata en 50 libre y 2 bronces en 50 mariposa en 4×50 estilos.

Reivindicativo y exigente

En esa etapa sacó su vena más reivindicativa ante lo que él consideraba injusto. “Siempre he sido muy exigente pidiendo a las instituciones que nos diesen ayudas y becas, nunca me he callado, eso me creó muchos enemigos y discusiones, pero me daba igual. Era un despropósito que tuviésemos unas dietas tan pobres mientras que los directivos acudían a las competiciones con sus familiares y amigos con todos los gastos pagados. En ese aspecto he sido un rebelde y estoy orgulloso porque eso ha servido para que los deportistas de hoy tengan mejores condiciones”, matiza.

Hastiado por el escaso apoyo, poco a poco fue perdiendo la sonrisa en el agua, pero a Vidal le quedaba ánimo y coraje para sacarle rédito a sus explosivas piernas y brazadas. En 2006 conquistó un oro y una plata en el Mundial de Sudáfrica y en 2007 completó su mayor gesta como nadador, cruzar el Estrecho de Gibraltar en 6 horas y 30 minutos, convirtiéndose en la 1ª persona sin brazos que lo lograba. “Es la mejor medalla de mi vida. Tenía pensado hacerlo en poco más de 3 horas, pero las corrientes marinas me lo impidieron. Soy sincero, lo hice para recaudar fondos para mí, porque mi situación no era buena, y para demostrar que los deportistas paralímpicos somos capaces de hacer cosas importantes. En España tuvo poca repercusión y lo sorprendente es que me llamaron de radios de países como Italia o Camboya”, narra.

Vidal cruzando el Estrecho de Gibraltar en 2007.

En Pekín 2008, Dani ‘Kawazaki’, apodo que le pusieron sus compañeros por su rapidez, participó en sus últimos Juegos. En pruebas individuales se quedó a las puertas de las medallas en 3 ocasiones, pero sí se colgó una plata y un bronce en relevos. “La gente joven venía apretando fuerte, sabía que estaba en el final de mi carrera deportiva y casi ni voy a China porque estaba muy quemado, quería dejarlo, me agobiaba nadar”, lamenta. En sus últimos chapuzones salpicó 2 platas en el Europeo de Islandia en 2009 y un oro con récord del mundo en piscina corta en el Mundial de Río de Janeiro. Hizo la mínima para los Juegos de Londres 2012, pero se plantó: “Ahí colgué el bañador, lo dejé. Estaba casado y con 2 niños, quería disfrutar de mi familia”.

Tras ello, fue concejal en el Ayuntamiento de Burriana, luego estuvo un periodo vendiendo cupones en la ONCE y desde hace unos años, en el paro. “Cuando dejas de ser deportista te dan una palmadita en la espalda y se olvidan de ti. Por más medallas que consigas, nadie te regala nada. Ahora me estoy planteando montar un negocio, hay que ganarse el pan como sea”, añade. Desde su retirada no ha vuelto a nadar. “Ya no siento esa pasión y solo me meto en el agua para jugar con mis hijos. Eso sí, de vez en cuando siento nostalgia de mi época como nadador. Le estoy muy agradecido a los compañeros y entrenadores que me ofrecieron su apoyo incondicional, y también a los que me dieron la espalda, porque esos son los que te hacen más fuerte”, remata Daniel Vidal, el mariposista con instinto devorador que flota en la historia de la natación española y que mordió las medallas con dientes de ‘tiburón’.

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